jueves, 5 de mayo de 2011

LA MUERTE Y SUS DEIDADES EN EL PENSAMIENTO MAYA


En el pensamiento maya vida y muerte armonizan siempre dialécticamente. Además,  son generadas por fuerzas sagradas o deidades que viven en el cielo y el inframundo, lugares que en sí mismo contienen las fuerzas contrarias. Los principales dioses de la muerte se representan como seres antropomorfos, lo que parece responder a la preocupación principal del pueblo maya por su propia muerte.
En el noble pensamiento dialéctico que caracterizó a los mayas prehispánicos, al igual que a los demás pueblos mesoamericanos, hallamos la conciencia del hecho de la muerte como algo consustancial a la vida. Estos grandes contrarios, al lado de los de caos y orden, luz y oscuridad, cielo e inframundo, masculino y femenino, racionalidad e irracionalidad, mundo socializado y mundo salvaje, armonizan para constituir  el fundamento del dinamismo cósmico. Así lo indican las representaciones plásticas, los mitos y las variadas y complejas prácticas funerarias de los antiguos mayas.

La dualidad vida-muerte
Vida y muerte, además, son generadas por fuerzas sagradas  que radican ante todo en el cielo y en el inframundo, respectivamente. En el cielo transita el sol, dios supremo,  generando la luz y el calor, y sus ciclos anual y diario son la base de la temporalidad: del cielo proviene la lluvia que fecunda la tierra para producir la vida vegetal y con ella la de todos los de mas seres. El inframundo por el contrario,  es la región de la oscuridad y la muerte;  a él descienden los espíritus cuando el cuerpo parece y se transforma en energía de muerte, y de él provienen asimismo las fuerzas que producen las enfermedades y el mal en general.
La tierra, situada entre ambos,  es el sitio donde se da la contienda  de la vida y la muerte, donde se produce el choque y la armonía de los contrarios. La tierra es la región del hombre, el centro del universo,  donde los opuestos  se resuelven en unidad.
Pero tanto el cielo como el inframundo contienen en sí mismos las fuerzas contrarias: el cielo nocturno  es fuente de energías maléficas; el calor del sol en exceso produce la sequía y la muerte, y la lluvia transformada en tormenta es causa  de destrucción. Por otro lado,  en el inframundo se guardan tesoros minerales, se generan manantiales y se localizan las semillas  que darán nueva vida.
Así, mal y bien, muerte y vida, son ambos energías divinas  en constante interacción, es por ello que hay en el pensamiento maya diversos símbolos  de la sacrilidad de la muerte, así como deidades  y seres sobrenaturales que presiden, provocan y anuncian la muerte. Los principales  dioses de la muerte se representan como seres antropomorfos, lo cual parece responder a la preocupación principal de ese pueblo por su propia  muerte, de la que derivan las creencias sobre la muerte de los demás seres vivos e incluso de los seres que nosotros llamaríamos inanimados, pero que  para ellos también poseían un espíritu vital.
El tránsito al inframundo
Los mayas eran un pueblo profundamente  vitalista. Para ellos. La finalidad de la vida humana  está en ella misma, en vivir de la mejor manera posible durante el tiempo en el que el hombre permanece sobre la tierra y con su cuerpo. Por eso la muerte.  al nivel de los individuos- que muchas veces eran considerada como un castigo de los dioses o como un daño enviado mágicamente por otro ser humano, era  lo más temido, sin embargo los mayas creían en la inmortalidad del espíritu, en otra existencia  después de la muerte del cuerpo, en la cual seguirían sirviendo a los dioses en diversos sitios, determinados por la forma de morir que le tocaba a cada persona: el cielo, para quienes eran sacrificados; el paraíso de la ceiba, para los ahogados o los que morían por alguna causa relacionada con el agua, y el Xibalba, lugar de los desvanecidos, para todos los demás.
Los dos primeros eran sitios de energía de vida, y el último era propiamente el lugar de la energía de muerte,  estaba situado en el estrato más bajo del inframundo, el noveno, y los espíritus de los muertos llegaban a él descendiendo por un camino  lleno de peligros.
La región infraterrestre  es descrita en el Popol Vuh  cuando se relata el descenso de los semidioses  Hunahpú e Ixbalanqué, quienes después de su muerte y resurrección  en ese sitio se convirtieron en el sol y la luna.
La idea de que existen ideas de caminos subterráneos  se ha conservado hasta hoy en el área maya, sobre todo entre los mayas yucatecos.
Durante ese tránsito, el espíritu debía cuidarse y alimentarse, por lo que ponían en la sepultura del difunto, entre otras cosas, alimentos y objetos protectores y así mismo sacrificaban a su perro y lo colocaban en la tumba, para que su espíritu acompañara al de su amo y lo transportara sobre su lomo a través del último gran río  que separa al Xibalba del resto del inframundo. Cuando el muerto era un personaje principal, también sacrificaban a mujeres y sirvientes para que lo acompañaran. Al final del viaje, los espíritus morían definitivamente, en tanto que energía vital, y se integraban al reino la muerte, transformados en energía de muerte, para permanecer ahí eternamente. Solo en las fiestas dedicada a los muertos  estos volvían a la tierra  y recuperaban sus necesidades vitales, por lo que comían las esencias de los dones que le preparaban sus deudos.  Esta creencia es sorprendentemente  semejante a la nekyai de los griegos, según la cual, al derramar sangre sobre la tumba, los muertos la bebían y retornaban a la vida para establecer contacto con los vivos. La creencia prehispánica se ha conservado hasta hoy en diversas comunidades  indígenas: por ejemplo, en Tepoztlán, Morelos,  los muertos comen los sabores y olores de los alimentos, por lo cual se dice que al día siguiente la comida depositada en las ofrendas no sabe a nada.
Los dioses mayas de la muerte son, por lo tanto, los que simbolizan las energía de muerte, pero, ¿ cómo eran convidas esas deidades?  Para los mayas, los dioses en general no fueron ídolos como pensaron los españoles, sino energías invisibles  capaces de manifestarse en sus imágenes durante los ritos, así como en diversos animales, en otros seres y en fenómenos naturales. Esto lo supo fray Diego de Landa, por lo que dice: bien sabían ellos que los ídolos eran obras suyas y muertas y sin deidad, más los tenían en reverencia por lo que representaban.
De los diversos dioses  relacionados con la muerte y el inframundo  hay uno principal que simboliza la muerte misma y que recibe varios nombres  entre los mayas yucatecos: Ah Puch, “el descarnado”, Kisin, “el flatulento, Hun Ahau “señor uno”,  los quiché lo llamaban Hun Came, “uno muerte” o Vucub Came (siete muerto).
Este dios a sido identificado  con el dios A  de los códices, cuya representación  coincide con las que se encuentra en las obras  plásticas  del periodo Clásico. La imagen es la de una calavera, un esqueleto, un cadáver humano en  descomposición.
El dios se asocia con la noche y con la enfermedad, su sitio es el estrato más bajo del inframundo, pero como el  interior de la tierra también contiene elementos de vida, Ah Puch es representado con rasgos vitales como ojos, pene y ano. En los códices,  a la deidad se le dibuja con cascabeles u ojos sobre la cabeza, en los tobillos y en las muñecas, y es andrógino, pues a veces presenta características femeninas.
El papel principal del dios A en la existencia del mundo se revela en los propios  códices, en los que aparece realizando diversas acciones, muchas de ellas rituales, como la de entrar en éxtasis a través de sustancia psicoactivas; así, lo vemos fumando tirado de espaldas, al lado del dios del maíz y del sol.  También se integra al rito de fertilidad que consistía en que varios hombres se pasaban una cuerda por el  pene, quedando así unidos, rito que describe Landa y  que aparece en la página 19 del códice Madrid, el cual era realizado por varios dioses. Participa asimismo en las ceremonias  del año nuevo, que se cuentan entre las más importantes del ritual prehispánico.
Todo lo anterior revela inserción de la muerte en el transcurso de la vida, como algo connatural a ella.
Además, el dios de la muerte presidia los sacrificios humanos, que tenían como finalidad  propiciar la vida de los dioses y, con ella, la del  cosmos íntegro; eso corrobora el carácter dialéctico de la existencia. Un ejemplo de esto es la imagen del extraordinario panel de estuco de Toniná, Chiapas,  donde vemos al dios de la muerte con la cabeza  de un decapitado en sus manos, sacrificio que fue el principal en el período Clásico.
En el Popol Vuh se menciona varias deidades de la muerte que habitan en el Xibalbá, cuya principal función era provocar  enfermedades mortales. Hun Came y Vucub came eran los jueces supremos, los que señalaban sus tareas  a los otros dioses del inframundo. Estos son Xiquiripat y Cuchumaquic, que  causaban derrames de sangre; Ahalphu Ahalgana que hinchaban a los hombres, les hacia salir pus de las piernas y  les teñían la cara  de amarillo;  Chamiabac y Chamiaholom  que enflaquecían a los seres humanos hasta que morían: Ahalmez y Ahaltocob, que ocasionaban accidentes, y Xic y Patan, quienes mataban súbitamente en los caminos, oprimiendo el pecho hasta que la sangre llegaba a la boca.
 La idea  de que la  muerte proviene  la vida está íntimamente expresada  en el mito del Popol Vuh  que nos presenta a Ixquic  la hija del dios de la muerte, como la madre del sol y de la luna, después de haber sido preñada  por la saliva escupida por la calavera  del semidiós Hun-Hunahpú, muerto por los señores del Xibalba. Ixquic huye de su padre, quien quería matarla; llega a la superficie de la tierra acompañada por los búhos, mensajeros del reino de la muerte, y ahí da a luz a los gemelos, que al crecer retornan al Xibalbá para vencer a las fuerzas de la muerte y transformarse en el sol y la luna.
Hay muchos otros símbolos y animales relacionados con la muerte, como las lechuzas, el ave moan, el jaguar, el murciélago, el perro, los ciempiés y las arañas, pero  todos ellos giran alrededor del dios de la muerte, Ah Puch  que siempre parece haber sido representado como un esqueleto humano, lo que muestra el antropocentrismo esencial de la religión maya.
Así, en el pensamiento maya, vida y muerte armonizan  siempre dialécticamente como se aprecia en el extraordinario altar  de la estela D de Copán. Donde Hun Came lleva como ojos el glifo del sol.

No hay comentarios: